23 jul 2015

Foz 1985. Parte 2.



Faro en la Playa "A Rapadoira". Archivos fotográficos del Museo Grand Central.

Foz. 1985. Parte 2.

   El 17 de Julio de 1985 fue un día como cualquier otro en Foz. Madrugón, paseo y playa más bien poca pues ese fue un mes lluvioso en extremo. Apetecía bañarse con lluvia pero tampoco se podía hacer todos los días pues en fin...ya me entendéis.
   El asunto es que la comida me había sentado mal y no me encontraba nada bien. Una mala digestión de esas te arruina el día pero en Foz si sabes dónde buscar, tienes remedio para todo y ese remedio se encontraba a un cuarto de hora de paseo.
   Sin pensarlo dos veces, fuimos a casa de “Rauta” y organizamos en el acto un paseo hasta el Obispo Santo para recoger laurel. El Señor Eladio se quedó en casa y los demás salimos de inmediato. El paseo hasta allí estuvo bien amenizado pues la conversación que proporcionaba María no tenía desperdicio. Conversación aliñada , claro está, con historias acojonantes protagonizadas por personajes de Foz y con las cuales el riesgo de sufrir un ataque de risa era elevado.
Playa "A Rapadoira" Foz. Archivos fotográficos del Museo Grand Central.
  
Tras pasar por encima de la vía del ferrocarril y dejando a nuestra derecha el apeadero de Marzán, enfilamos la carretera hacia arriba. Decía que en Foz hay remedio para las malas digestiones y ese remedio, al menos para mí, era subir al bosque de eucaliptos. Esos ya se encontraban a escasos metros y el aroma de los mismos es una medicina. Diez minutos después de andar entre los árboles la mala digestión había dado paso a una cierta euforia y a un bienestar generalizado.
   No había que descuidar la misión secundaria del paseo por tanto, a cada poco íbamos escogiendo ramas de laurel de la infinidad de matas que allí había, sin dejar de admirar el paisaje. En esto se nos aparece por allí una señora de Marzán que también andaba recogiendo el producto en cuestión y con la que pudimos conversar un rato. Al menos lo intentamos pues hablaba un gallego distinto al habitual, hasta el punto de que ni María la entendía bien. Tras la caótica y divertida charla y ya con nuestra carga de laurel encima, emprendimos el camino de regreso a casa no sin antes subir a lo alto del monte para ver Marzán y la costa desde allí. En ese momento sonó un pitido y el tren, que había pasado sin parada por el apeadero, enfiló la recta que lo llevaría hasta Fazouro pasando eso sí por debajo de nuestra posición. Un remate perfecto para un paseo perfecto. Al pasar de nuevo sobre la vía del ferrocarril, comentamos que al día siguiente iríamos al apeadero  y llegaríamos hasta la Playa de Llas. Uno no debe hacer planes...
Puerto de Foz. Archivos fotográficos del Museo Grand Central.
  
Sobre las siete de la tarde y tras dejar a Rauta en su casa, bajamos para preparar la merienda. Granada nos recibió en la puerta trasera – que es por donde entrábamos – y nos dijo que teníamos una sorpresa dentro de casa. Julio estaba sentado en la cocina con un palillo y con su habitual sonrisa. Cuando entramos en el comedor...zas!!...Vimos a quien menos esperábamos ver en ese lugar y en ese momento. Dos amigos de Cercedilla, Fernando y Carmen, nos estaban esperando allí y desde luego fue una más que grata sorpresa. Hacía cinco años que no los habíamos visto y el reencuentro fue maravilloso. Mientras los abuelos preparaban la casa, yo me fui con Fernando hasta la zona de Ollo do mar pues quería probar algo del coche que parecía no iba bien. Tras revisar el vehículo y contemplar el paisaje volvimos a casa para buscar a Carmen y a los abuelos y así poder bajar al muelle a tomar unas cervezas.
Marea alta. Archivos fotográficos del Museo Grand Central.
   Al llegar al muelle, los buques ya habían salido y toda la instalación se encontraba vacía. Fernando me preguntó, presa de su natural curiosidad, sobre la actividad en el puerto y desde la terraza del Náutico, con una cerveza bien fría le expliqué que la actividad pesquera había descendido mucho debido a las malas condiciones de calado del puerto y que eso condicionaba el uso de los buques en función de la marea de turno.
   Cuando alguien que no había visitado Foz nunca, bajaba al puerto y veía el tamaño de éste, con una longitud de amarre de más de mil metros quedaba impresionado. Más aún, pues al estar ubicado dentro de la ría, el conjunto en general es bastante inusual. Claro que en cuanto bajaba la marea, ese encanto desaparecía en el acto y daba paso a la perplejidad. Con la marea baja, la mayor parte del amarre se había convertido en una playa temporal más o menos irregular. Se podía bajar por algunas de las escaleras del muelle y comenzar a andar por la ría sin mojarse los pies. Así era y es.
   Tras la cerveza de rigor, bajamos a la plaza y recorrimos el muelle dejando la grúa amarilla a nuestra izquierda. Esta grúa nos daría un buen susto justo dos años después al soltarse la pluma debido a la falta de mantenimiento. Yo estaba en casa de Pili, intentando resolver con ella unos problemas de derivadas y de funciones cuando la caída de la pluma nos interrumpió la clase. Menos mal que no había nadie debajo pues si eso te cae encima...no lo cuentas!!
Los Abuelos junto a la imagen de la Virgen del Carmen. Foz. Archivos fotográficos del Museo Grand Central.
   El paseo continuó por el casco viejo tras hacer un alto, eso sí, en la iglesia parroquial. Hay que ser agradecidos y de paso deleitarse con la imagen de la Virgen del Carmen que es sin duda uno de los tesoros de Foz que hay que ver, conocer, admirar y reverenciar. No solo a la imagen sino a todo lo que ella representa.
   Tras el alto en la iglesia, el paseo por el casco viejo, dos cervezas más y unos pasteles cojonudos en “el Capitolio”, a cenar. ¿Se pueden comer pasteles antes de cenar?...En Foz sí. En los demás sitios no os puedo decir. Además, los pasteles en el Capitolio estaban de vicio. Las personas que estaban al frente de aquello sabían hacer su trabajo. Solo he comido pasteles tan ricos en “Campo” de Benavente y en la pastelería de Coomonte de la Vega. Todo lo demás ni se le acerca.
   Una vez cenados, todos los demás se fueron a dormir menos yo. Yo estaba a lo mío. Abrí la ventana, cogí una sidra y me senté a tomar el aire y a escuchar el mar. Ya era noche cerrada y en la calle solo jugaban algunos chicos que apuraban los últimos minutos antes de que aparecieran sus madres por los balcones a llamarlos. El Txirimiri, las bombillas espaciadas por la plaza...Colosal!!. El Colegio de Benavente quedaba muy lejos.  Las estupideces y las pamplinas  de ese idiota congénito llamado Don Isaac, dedicado en cuerpo y alma a rebajar el prestigio de la docencia a la altura de la mierda apenas tenían ahí relevancia. Sentado en la pequeña terraza y con ese ambiente, imaginé de repente al mendrugo en cuestión dando consejos con sus pantalones raídos y baratos, sus zapatos remendados, la bragueta abierta y la camisa del mercadillo del Jueves llena de lamparillas de aceite. Este imbécil con pinta de matutero barato, me haría inconscientemente un gran favor tres años más tarde.
   Dejemos ahora a este zoquete poco higiénico y vamos a lo que vamos.
   El 18 de Julio planeamos hacer una excursión a Burela. Los días siguientes los pasaríamos en Foz pues había mucho que enseñar a nuestros amigos pero el viaje a Burela era importante.
   A eso de las nueve cogimos el R-18 de Fernando y cogiendo la carretera de la costa, nos encaminamos hacia Burela. Lo cierto es que desde la carretera, a lo largo de casi todo el trayecto, se va viendo la citada localidad. Esta dista de Foz escasamente quince kilómetros y es además un agradable viaje lleno de tentaciones pues a ambos lados de la carretera de la costa había algunos restaurantes de renombre y otros con no tanto renombre donde se podían degustar unos platos excepcionales. Ya nos ocuparemos de esto con más calma pues tras pasar “la curva de la muerte” en menos de cinco minutos entramos en el casco urbano de Burela.
El puerto de Burela.
   El puerto de esta localidad, no había alcanzado en 1985 el tamaño que tiene hoy pero ya era una instalación impresionante. La lonja, la fábrica de hielo, los tinglados, los dos grandes depósitos y el muelle en construcción. Todo el puerto de Burela es exterior y todo él está hecho sobre terreno que los bureleses han ido ganando al mar año tras año. Es una población industriosa que no industrial y el enorme muelle es el foco principal de toda esta actividad. Debido a las malas condiciones ya citadas del puerto de Foz, casi toda la actividad pesquera de la Mariña se centró en Burela y en Cillero. Pasear por el muelle de Burela es perfecto para alguien como yo pues tienes cantidad de buques que ver y cantidad de instalaciones que pueden servir de inspiración para dibujar, planificar o simplemente escribir.
   Tras una inspección a fondo del muelle y de todos y cada uno de los buques allí presentes llegó la hora de comer. Para comer en Burela podías optar por varios sitios muy buenos pero nosotros teníamos “nuestro” sitio. A eso de la una de la tarde cogimos el R-18 y subimos hasta la calle Leandro Cucurny. Allí había un pequeño restaurante llamado “A Figueira” dirigido por una maravillosa mujer llamada Carmen. Ir a ver a Carmen y comer allí era lo más. Era uno de estos lugares donde ves como cocinan lo que pides y era un restaurante gallego. Quiero decir que además de la calidad excepcional de los productos que acababan en la mesa, las
Burela.
cantidades de los mismos eran faraónicas. He de decir que yo en casa de Carmen jamás me quedé con hambre pero también es cierto que acabé con todo lo que me puso delante. Quienes me conocen en persona saben de lo que hablo de modo que no vamos a dar más detalles al respecto. De primero un caldo gallego con unas almejas a la marinera para ir entonando. Un par de botellas de ribeiro bien frías para acompañar el entrante. Cuando alguien te hace la comida con dedicación se nota y sabe Dios que se notaba. Con mucha calma terminamos estos entrantes para dar paso a una merluza a la cazuela, con la que Fernando acabó sudando, acompañada de mi plato favorito: Una raja de bonito de cinco centímetros de grueso tostadita por fuera y cruda por dentro. El pescado fresco a más no poder, el trabajo de la cocina y el ribeiro helado eran una combinación excelente. El bonito era excepcional, la compañía era excepcional y no quedaba más que tomarlo con calma y disfrutar paso a paso de ese deleite. Fernando saboreaba la merluza, que venía acompañada dentro de la cazuela por quince o veinte almejas. Yo también tuve la ocasión de probarla después de meterme tres platos de caldo gallego. Por supuesto, del bonito solo dejé la raspa y eso fue así pues no conviene pasarse. Seis cacerolas de caldo gallego, tres merluzas a la cazuela, tres perolas de almejas a la marinera, un kilo y medio de bonito fresco, cuatro botellas de vino, el café y una copa de aguardiente de dimensiones adecuadas y tocamos a mil pesetas por barba. Eso era comer y eso eran precios. 
  Para bajar la comida y aprovechando que estaba un poco nublado, bajamos de nuevo al puerto para ver si había llegado algún barco nuevo. No era así pero el paseo nos lo dimos y bien dado además. A eso de las seis cogimos de nuevo el coche y regresamos a Foz. Hay que decir que ese día hubo que suspender la cena. No resultaba adecuado hacerla de modo que con una cervecita fresca dimos por terminada la jornada.
   Recuerdo que un compañero de clase llamado Luís, me dijo que por qué iba a Foz todos los años en verano. Que me quedara a las clases particulares de Don Isaac y así me aprobaría. Como era – y es – un buen amigo no le dije nada pero le contesté lo siguiente: “No jodas Luís, en la vida hay cosas más importantes que un aprobado o que satisfacer a un idiota”. Eso le dije a Luís en ese momento y treinta y un años después sigo pensando lo mismo.

   Esto pasó en Foz, en un ya lejano Julio de 1985.

José Luis Blanco García. Director. Museo Grand Central.