Foz. El amarre exterior del puerto. |
FOZ 1985.
Benavente. Junio. 1985.
Había terminado octavo de E.G.B y como era
habitual, llegó el día de recoger las notas en el Colegio. De modo que el Lunes
17 de Junio de 1985 a
las 10.30 horas y aprovechando que estaba en el negocio un amigo de Zamora
llamado Carlos, que dirigía una empresa de electrónica llamada Ecolsa, tomé
prestados sus servicios para que me subiera al Colegio a buscar el boletín.
Llegamos al Colegio en su nueva Nissan
Vanette y tras saludar al Padre Antonio subí a la sala de profesores. Solo hay una palabra para definir al Padre Antonio y esta es eficacia. Eficacia con todo lo que conlleva detrás. A esto podríamos añadir la seriedad y la buena imagen. El tutor
del curso era Don Daniel pero no se encontraba allí en ese momento de modo que
fue Doña Tomasa quien me entregó el documento en cuestión. Todo estaba aprobado de modo que cogí el
boletín y tras despedirme de Doña Tomasa – que ese día estaba de un excelente
humor, seguramente por perdernos de vista a todos – bajé las escaleras
dirigiéndome a Secretaría. Lo cierto es que yo también me alegré de perder de vista a Doña Tomasa. Su apodo "La masa" no era solo como consecuencia de su tamaño y de su afición a vestir de verde. Era por sus legendarios arrebatos de mala leche comparables como poco a los míos. Allí seguía el Padre Antonio que me preguntó por los
resultados y tras charlar un minuto con él y despedirme, salí en busca de
Carlos que me estaba esperando con la “Vanette” recién comprada en la puerta
del Colegio. Carlos era una persona que siempre tenía una sonrisa y ese día no
fue distinto de los demás.
Bajamos de nuevo al negocio que teníamos en la Calle de Renueva y
comenzamos a preparar el viaje de ese año a Foz (Lugo). El Abuelo tenía prisa
por ir y la verdad es que yo tenía más pues Foz ha sido siempre junto con
Cercedilla, la localidad que yo consideraba y considero mi casa. Sin embargo, el viaje se iba a retrasar un
poco pues recibimos en Benavente una visita de tres días de unos familiares de
Guatemala a los cuales tuvimos el gusto de enseñar la Villa – que entonces era una
población pujante y vibrante – disfrutando además de algunas comidas y cenas
excelentes en algunos de los mejores restaurantes - entre ellos el California - de los que por aquel entonces
se enorgullecía la localidad. Nos acompañaba en la visita Matías Carrasco, conserje del Palacio de comunicaciones de Madrid y periodista y su mujer Dani, natural de Cañizo. El caso es que despedimos a la visita – eso
sí después de que una de nuestras invitadas se gastara en el negocio 120.000
pesetas de las de entonces en un nuevo Radio- Cassette y unos altavoces nuevos
para su Toyota Corolla – y tras hacerlo seguimos preparando el viaje y el coche
pues en 1985 ir a Foz por carretera era una pequeña aventura.
El Viernes día 21 por la tarde, a eso de las
siete y media, cerramos el negocio y cruzamos la Avenida para dirigirnos a
ver a Miguel Iglesias que por aquel entonces había ampliado el negocio del transporte con el
asunto de los neumáticos. Como era un amigo, fuimos allí a que nos revisara la
rueda de repuesto del R-14 para el viaje. Cuando llegábamos a la entrada de la
cochera de Miguel vimos a alguien conocido. Lo vimos pues cuando alguien mide
siete pies y dos pulgadas - 2,17 - se le ve. Maxi, el “Gigante de Paladinos” se
encontraba allí y en ese momento estaba poniendo encima de la bancada una de las
cubiertas del tractor, manejándola como si fuera una pluma. Tras un rato de
charla y tras la revisión del neumático, Miguel y nuestro gigantesco amigo –
cuya bondad era tan grande como su tamaño – se despidieron de nosotros y nos
desearon un buen viaje.
Las cinco de la mañana es una hora perfecta
y para los que dormimos poco, más aún. Papá arrancó el R-14 a las 5.05 en la puerta del
negocio e iniciamos el viaje hacia Foz. La amanecida se produjo a la altura de Astorga que es cuando el paisaje se hace más divertido. No quiero desmerecer el
paisaje Castellano en lo más mínimo pero para quienes estamos acostumbrados
a las llanuras, un poco de variedad nos gusta. Tras pasar Rodrigatos de la Obispalía, donde hay un cordero de calidad excepcional, comenzamos el descenso hacia Ponferrada cuyo
espectáculo con las montañas de carbón siempre era digno de ver. Antes de llegar a Ponferrada vemos a nuestra derecha el desguace de Carpento con sus camiones estadounidenses, y se inicia la conversación sobre si hay que ir un día a comprarle uno de ellos. Pasamos Ponferrada y cogemos el desvío hacia La Coruña. Tras pasar el túnel de Villafranca del Bierzo y tras un trecho mediano,
entramos en el Valle de Valcarce, cruzándolo una y otra vez por la carretera - cuyas
curvas son interminables - para acabar
parando en el Hostal del mismo nombre. Allí nos encontramos con una escena curiosa
consistente en una anciana de 90 años que tomaba media docena de pastas con una
copa de orujo para desayunar. Eso ya lo había visto yo en Foz pero nunca lo
había presenciado tan al “sur”. En fin, así fue. Eran las siete aproximadamente
cuando arrancamos de nuevo dirigiéndonos hacia el norte, siempre al norte,
hacia Lugo. Tras atravesar el Puerto de Becerrea - por la carretera vieja de cuatro metros de
anchura – nos aproximamos a Lugo. Ahora el radio- cassette “Shintom” del R-14
recibía emisiones en galego y música de gaitas entre las risas del Abuelo
mientras dejábamos el Balneario de Lugo a la Izquierda y nos dirigíamos
hacia la “Terra chá”.
El contraste era simplemente colosal al
abandonar las llanuras de Lugo y entrar en el Puerto de A Xesta. Curvas,
niebla, un precipicio de carajo y el olor a eucalipto. De vez en cuando
aparecía entre la niebla una persona acompañada de media docena de vacas. Estas
iban al borde de la carretera y parecía que se iban a despeñar pero eso no
ocurría. Bajo el precipicio, Mondoñedo, al cual se llegaba tras una serie de
curvas que incluso a un coche pequeño como el R-14 le costaba coger. Tras pasar
Mondoñedo llegamos a Lorenzana y casi de inmediato a A Espiñeira. Ahora, con la nueva carretera la comunicación se ha mejorado pero ese sabor de andar por casa se ha perdido.
Foz |
La llegada a A Espiñeira se produjo a las nueve de la mañana de modo que la aproximación a la Ría de Foz se ejecutó en el momento más adecuado. La Ría se extendía a nuestra derecha teniendo la punta de malates y la desembocadura del Centiño en primer plano y la Villa de Foz al Fondo, levantándose sobre la margen oeste del estuario.
Mi protocolo a la hora de llegar era siempre el mismo. Me bajaba del coche, me quitaba las gafas de sol y me ponía a respirar el salitre. Para los que nos gusta el mar es como una droga.
Como he comentado antes, las cinco de la mañana es una hora perfecta para levantarse y más aún en Foz si se quería disfrutar de los atractivos del lugar. El miércoles 3 de julio de 1985 la noche estaba perfecta. Perfecta para lo que era Galicia y esta perfección consistía en una temperatura de unos once grados con el cielo nublado. Tras pasar la jornada, mi costumbre consistía en salir a la pequeña terraza de la casa que daba al Campo da Cabana. Era un primer piso de una casa del siglo XIX
Campo da Cabana |
La bajada al Puerto por la Calle Trapero Pardo o bien por la calle Rosalía de Castro – dando más vuelta - resultaba excepcional. La noche, rota por las escasas bombillas colgadas de las viejas casas de piedra y pizarra y completada con un Txirimiri al más puro estilo focense era una estampa maravillosa y además, durante ese breve paseo hasta el muelle, pisando las húmedas calles se podía sentir el pulso de Foz. Muchas de las casas tenían ya las luces encendidas y dentro de ellas los fogones comenzaban a arder para ir preparando con calma el pote galego o cualquier otra cosa que siempre era deliciosa. En Foz, siempre se ha cocinado mucho y bien. Es curioso pero a esa hora, todo el Pueblo olía a comida y cuando no era a comida era a mar y a huerta. Cuantas veces nos hemos parado delante de una ventana a pie de calle – haciendo uso de mi natural atrevimiento – para alabar un guiso o unas sardinas asadas y nos han obligado a entrar para compartirlo. Lo cierto, es que resultaba complicado pasear por Foz y no acabar cenando seis veces. Podríamos decir que esa afirmación, define el ambiente.
Iglesia Parroquial |
El silencio que reinaba en el Pueblo aquí no existía. Los buques tenían los motores en marcha con el fin de poder suministrar energía eléctrica a los focos de intensidad que iluminaban la dársena de un modo espectacular. Coches y camiones frigoríficos reculaban al borde del muelle para cargar la preciada mercancía que era conducida principalmente a Madrid. En el momento de acercarse al muelle y como casi todos los tripulantes y patrones eran conocidos míos, siempre aparecía una bolsa por arte de magia. La bolsa se llenaba con unos kilos de sardinas que a la tarde solíamos degustar en Familia.
Puerto de Foz |
Tras este trajín, me dieron las nueve de la mañana y era la hora perfecta para ir a darse un baño de una hora a la Praia da Rapadoira en compañía de los abuelos. Llovía pero daba igual y el agua cuanto más fría esté mejor para la salud - aunque ponga los cojones de corbata - y mejor para comer pues para rematar la mañana, nos esperaba en la mesa una tortilla de patatas de dimensiones “focenses” y hecha con patatas del lugar que, sin pretender ser vanidoso y sin desmerecer al resto, son las mejores del Mundo. Ni que decir tiene que de la tortilla no quedó nada y además se acompañó la faena con una buena sidra.
Ruiz Rey. Equipado con motor Cummins. |
Foz |
Bajo nuestra mesa y a escasos metros de nosotros, los buques comenzaron a separarse lentamente del muelle y uno a uno comenzaron a desfilar por la bocana de la dársena enfilando el canal de salida de la Ría. Era un espectáculo muy bonito pero a mí particularmente siempre me causaba intranquilidad. Sabías que se iban pero no sabías si iban a volver. La sirena que anunciaba alegremente la llegada de los buques, en ocasiones había sido un aviso de desgracia. Muy poco después, uno de esos buques – el “Ruiz Rey” – se hundió en la Punta Percebera, cerca de Luarca. Yo no estaba en Foz en el momento del desastre pero oí la noticia en Benavente a través de Radio Pesquera, emisora que seguía a diario. Por la tarde se realizaba otra subasta y tras el pertinente aviso de la sirena nos dirigimos hacia la lonja para presenciar el ritual. Normalmente era Siso quien se encargaba de la subasta y también de echar la bronca con toda la razón a algunos que iban allí pensando inocentemente que eso era una tertulia. Otros días la subasta la realizaba José y en esta subasta de la tarde había raya y congrio principalmente. El proceso por todos conocido y del cual no vamos a entrar en detalles duraba unos quince minutos.
En ese momento – ya acabada la subasta - comenzó a llover muy levemente y decidimos que era la hora de preparar la cena. Así lo hicimos, deseando que llegaran las seis del día siguiente para recibir en el muelle a los amigos que en ese momento estaban dirigiéndose hacia la faena a bordo de sus buques. Ese día fueron y volvieron. Cumplieron su misión al igual que sus hermanos mayores - a los que no veíamos casi nunca en el Puerto - lo hacían en el Gran Sol, en Terranova o en el Golfo de Méjico.
Esto ocurrió un día de Julio de un ya lejano 1985.
Jose Luis Blanco García. Director. Museo Grand Central. Pobladura del Valle.
Esto ocurrió un día de Julio de un ya lejano 1985.
Jose Luis Blanco García. Director. Museo Grand Central. Pobladura del Valle.